lunes, 24 de febrero de 2014

El desastre del Rana Plaza sigue sin cerrarse

Pongámonos en el caso de que, por ahorrar dinero, un pabellón propiedad de una gran empresa situada en un polígono industrial de las afueras de nuestra ciudad se viene abajo y, como consecuencia, mueren varias personas y otras tantas resultan heridas. Además, supongamos que esa empresa se desentiende y no indemniza a familias y víctimas. Sería intolerable y la Justicia actuaría contra los responsables. Pero la realidad no es igual en todos los lugares del mundo...

Era 24 de abril de 2013. Habían aparecido numerosas grietas en los pilares del edificio. Tantas que muchas de las personas que trabajaban en su interior tenían miedo a entrar en él. Sin embargo, llegaba el final de mes y las amenazas de sus supervisores de que no cobrarían si se negaban a trabajar las empujaron a entrar a su puesto de trabajo en el edificio Rana Plaza de Daca, capital de Bangladés. Momentos después se consumaba el desastre y, tras desplomarse la construcción, 1.138 personas dejaron allí sus vidas y más de 2.000 resultaron heridas.

Las personas que allí trabajaban, la mayoría mujeres, lo hacían en la industria textil. Tejían ropa para conocidas marcas occidentales como Benetton, Mango, El Corte Inglés, Primark... las cuales se aprovechan de una mano de obra barata para incrementar sus beneficios. Basta con echar un vistazo al testimonio de la superviviente del derrumbe del Rana Plaza, Shila Begum, y al siguiente vídeo con varios testimonios más para hacerse una idea de las condiciones en las que tienen que tejer la ropa que consumimos a muchos miles de kilómetros.

 

Muchas personas perdieron la vida y tantas o más resultaron heridas o incapacitadas para volver a trabajar. A menudo, estas personas deben hacer frente a grandes cargas económicas, como los alquileres de sus viviendas, la educación de sus hijas e hijos o unos medicamentos que palíen las lesiones sufridas en el accidente derrumbe. En cambio, desde el primer momento las víctimas de este desastre se vieron completamente desamaparadas, sin al menos unas indemnizaciones que permitieran hacer frente a estas situaciones tan penosas.

Ante esta tesitura,

lunes, 10 de febrero de 2014

El caso vasco y el papel del lenguaje en la construcción del relato

Art Spiegelman construyó con su obra Maus no solo el único cómic que ha ganado hasta el momento un Premio Pulitzer (1992), que no es poco. Maus, que aporta el testimonio del padre del autor del libro como superviviente al Holocausto, supone un enorme y ejemplar ejercicio de memoria a dos niveles: el primero, el que supone rememorar y verbalizar todas las vivencias que tuvo que soportar Vladek Spiegelman, y, en segundo lugar, por lo que supone a nivel pedagógico que las sociedades conozcan la huella de horror que generó el Holocausto.

Portada de Maus
Portada de Maus
El trabajo de Art Spiegelman es quizás el ejemplo de relato aceptado y asumido por parte mayoritaria de las sociedades que participaron, tanto como víctimas o como victimarios, en el Holocausto. Es un trabajo que nos queda para la posteridad y que hace una labor de reparación social hacia las personas que sufrieron aquellas horribles consecuencias.

Existe una enorme distancia entre el alcance de la violencia vivida durante la II Guerra Mundial y el reciente caso vasco pero, como tras cualquier situación de violencia y tras el abandono de la actividad terrorista por parte de ETA, llega el momento de construir ese polémico relato del que hoy en día tanto se habla y polemiza. ¿El relato de quién se debe escribir? ¿Ha habido y hay o no un conflicto? ¿Contar solo la violencia ejercida por grupos terroristas, o también las vulneraciones de derechos ejercidos por las instituciones? Si contamos todo, ¿estamos equiparando unas víctimas y otras? ¿Se debe priorizar absolutamente la memoria de las víctimas del terrorismo? ¿Es malo equiparar? ¿Van a manipular el relato quienes quisieron imponer el terror y totalitarismo? Son estas varias de las preguntas que están activadas en el debate político cuando trata las políticas públicas de memoria, con la futura construcción de un Centro Memorial de las víctimas del terrorismo en el horizonte. ¿Qué debe aparecer en ese centro?, sería otra pregunta.

Este apasionado debate delata el estado en que nos encontramos actualmente de estudio de lo que ha sucedido, con vistas a comenzar a construir una memoria colectiva. Y en este punto entra en juego la “guerra de lenguajes”, el insertar conceptos que hagan que la construcción del relato discurra hacia una dirección u otra. Para entender mejor este momento es pertinente rescatar la respuesta que Art Spiegelman aporta en la obra MetaMaus al ser preguntado sobre los problemas que le acarreaba la memoria de su padre a la hora de transmitirle su testimonio:

“Recuerdo la frustración cuando me recitaba casi palabra por palabra algo que ya me había contado. Supongo que la memoria funciona así: el lenguaje la reemplaza. Cuando le preguntaba por cosas de las que nunca había hablado, le costaba recordarlas y contármelas. No me enfadaba con él, pero me exasperaba repasarlas para transcribirlas y descubrir que eran casi una copia literal de algo que ya me había relatado. (…)”

En este caso Spiegelman habla de un problema de una persona en concreto, pero que puede ser extrapolable a una sociedad en cuanto a la hipótesis de que el lenguaje reemplaza la memoria. Y está claro que todos los agentes, conscientes de esta premisa, tratan de implantar sus conceptos en el imaginario colectivo. Otro factor, o tal vez escollo, que deja patente que el reto de elaborar un relato que vaya a ser aceptado por todas las sensibilidades vascas, por muy pequeño que sea el territorio, es complicado.

Sea como sea, esta guerra del lenguaje es el escenario en que nos encontramos y, que no se nos olvide, de ella depende cómo practiquemos en el futuro la memoria de lo que aquí ha pasado. ¿Se encontrarán términos comunes? Ese debería ser el objetivo...